Salvatore Quasimodo

 El alto velero

Cuando vinieron los pájaros a mover las hojas
de los árboles amargos junto a mi casa
eran ciegos volátiles 
nocturnos que horadaban 
sus nidos en las cortezas,
alcé la frente hacia la luna
y vi un alto velero.

Al borde de la isla el mar era sal;
y se había tendido la tierra y antiguas
conchas relucían pegadas a las rocas
en la rada de enanos limoneros.

Y le dije a mi amada, que en sí llevaba un hijo mío
y por él tenía siempre el mar en el alma:
Estoy cansado de estas olas que baten
con ritmo de remos, 
y de las lechuzas
que imitan el lamento de los perros
cuando hay viento de luna
 en los cañaverales.
Quiero partir, quiero dejar esta isla.
Y ella: Querido, 
ya es tarde: quedémonos.

Entonces me puse 
a contar lentamente
los vivos reflejos 
de agua marina
que el aire me traía 
a los ojos
desde la mole 
del alto velero.

 Lamento por el sur 

La luna roja, el viento, tu color
de mujer del Norte, la llanura de nieve…
Mi corazón está ya en estas praderas,
en estas aguas anubladas por la niebla.
He olvidado el mar, la grave
caracola que soplan los pastores sicilianos,
las cantilenas de los carros a lo largo de los caminos
donde el algarrobo tiembla en el humo de los rastrojos,
he olvidado el paso de las garzas y las grullas
en el aire de las verdes altiplanicies
por las tierras y los ríos de Lombardía.
Pero el hombre grita en cualquier parte la suerte de una patria.
Ya nadie me llevará al sur.

Oh, el Sur está cansado de arrastrar muertos
a la orilla de las ciénagas de malaria,
está cansado de soledad, cansado de cadenas,
está cansado en su boca
de las blasfemias de todas las razas
que han gritado muerte con el eco de sus pozos,
que han bebido la sangre de su corazón.
Por eso sus hijos vuelven a los montes,
sujetan los caballos bajo mantas de estrellas,
comen flores de acacia a lo largo de las pistas
nuevamente rojas, aun rojas, aun rojas.
Ya nadie me llevará al Sur .

Y esta tarde cargada de invierno
es aún nuestra, y aquí te repito
mi absurdo contrapunto
de dulzuras y furores,
un lamento de amor sin amor.

 Antiguo invierno

Deseo de tus manos claras
en la penumbra de la llama:
sabían a roble ya rosas,
a muerte. Antiguo invierno.
Buscaban el mijo los pájaros
y enseguida eran de nieve;
e igual las palabras.
Un poco de sol, un estrellón de ángel.
y luego la niebla; y los árboles,
y nosotros hechos de aire en la mañana.

No he perdido nada

Todavía estoy acá, el sol gira
a mis espaldas como un halcón y la tierra
repite mi voz en la tuya.
Y vuelve a empezar el tiempo visible
en el ojo que redescubre la luz.
No he perdido nada.
Perder es ir más allá de un diagrama del cielo
a lo largo de movimientos de sueños, un río
lleno de hojas.



Salvatore Quasimodo nació en Modica, Sicilia, Italia, el 20 de agosto de 1901 y murió en Amalfi, Campania el 14 de junio de 1968.
fQuasimido fue un poeta y periodista miembro del movimiento hermético, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959.

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