Proverbios y Cantares (Antonio Machado)

 Proverbios y Cantares: Poema XXIX

Antonio Machado Ruiz, 
Sevilla, España 1845 - 1939 



Todo pasa y todo queda, 
Pero lo nuestro es pasar,
Pasar haciendo caminos,
Caminos sobre el mar.

Nunca perseguí la gloria, 
Ni dejar en la memoria,
De los hombres mi canción;
Yo amo los mundos sutiles,
Ingrávidos y sutiles,
Como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
De sol y grana, volar 
 Bajo el cielo azul, temblar
Súbitamente y quebrarse ...

Nunca perseguí la gloria.
Caminante son tus huellas
El camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar.

Al andar se hace camino 
Y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca 
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino 
Sino estelas en la mar ... "
Hace algún tiempo en ese lugar
Donde hoy los bosques se vuelven espinos
Se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino
Se hace camino al andar ... "

Golpe a golpe, verso a verso ...
Murió el poeta lejos del hogar,
Le cubre el polvo de un país lejano,
Al alejarse le vieron llorar.

"Caminante no hay camino
Se hace camino al andar ..." 
Golpe a golpe, verso a verso ... 
Cuando el jilguero no puede cantar,
Cuando el poeta es un peregrino,
Cuando de nada nos sirve rezar

"Caminante no hay camino 
Se hace camino al andar ..."
Golpe a golpe, verso a verso ... 


Las encinas
Antonio Machado


¡Encinares castellanos
en laderas y altozanos,
serrijones y colinas
llenos de oscura maleza,
encinas, pardas encinas;
humildad y fortaleza!
Mientras que llenándoos va
el hacha de calvijares,
¿nadie cantaros sabrá, encinares?
El roble es la guerra, el roble
dice el valor y el coraje,
rabia inmoble
en su torcido ramaje;
y es más rudo
que la encina, más nervudo,
más altivo y más señor.
El alto roble parece
que recalca y ennudece
su robustez como atleta
que, erguido, afinca en el suelo.
El pino es el mar y el cielo
y la montaña: el planeta.
La palmera es el desierto,
el sol y la lejanía:
la sed; una fuente fría
soñada en el campo yerto.
Las hayas son la leyenda.
Alguien, en las viejas hayas,
leía una historia horrenda
de crímenes y batallas.
¿Quién ha visto sin temblar
un hayedo en un pinar?
Los chopos son la ribera,
liras de la primavera,
cerca del agua que fluye,
pasa y huye,
viva o lenta,
que se emboca turbulenta
o en remanso se dilata.
En su eterno escalofrío
copian del agua del río
las vivas ondas de plata.
De los parques las olmedas
son las buenas arboledas
que nos han visto jugar,
cuando eran nuestros cabellos
rubios y, con nieve en ellos,
nos han de ver meditar.
Tiene el manzano el olor 
de su poma,
el eucalipto el aroma
de sus hojas, de su flor
el naranjo la fragancia;
y es del huerto la elegancia
el ciprés oscuro y yerto.
¿Qué tienes tú, negra encina
campesina,
con tus ramas sin color
en el campo sin verdor;
con tu tronco ceniciento
sin esbeltez ni altiveza,
con tu vigor sin tormento,
y tu humildad que es firmeza?
En tu copa ancha y redonda
nada brilla,
ni tu verdioscura fronda
ni tu flor verdiamarilla.
Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero,
nada fiero que aderece su talante.
Brotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo a la ley de la vida,
que es vivir como se puede.
El campo mismo se hizo
árbol en ti, parda encina.
Ya bajo el sol que calcina,
ya contra el hielo invernizo,
el bochorno y la borrasca,
el agosto y el enero,
los copos de la nevasca,
los hilos del aguacero,
siempre firme, siempre igual,
impasible, casta y buena,
¡oh tú, robusta y serena,
eterna encina rural
de los negros encinares
de la raya aragonesa
y las crestas militares
de la tierra pamplonesa;
encinas de Extremadura,
de Castilla, que hizo a España,
encinas de la llanura,
del cerro y de la montaña;
encinas del alto llano
que el joven Duero rodea,
y del Tajo que serpea
por el suelo toledano;
encinas de junto al mar
?en Santander?, encinar
que pones tu nota arisca,
como un castellano ceño,
en Córdoba la morisca,
y tú, encinar madrileño,
bajo Guadarrama frío,
tan hermoso, tan sombrío,
con tu adustez castellana
corrigiendo,
la vanidad y el atuendo
y la hetiquez cortesana!...
Ya sé, encinas campesinas,
que os pintaron, con lebreles
elegantes y corceles,
los más egregios pinceles,
y os cantaron los poetas augustales,
que os asordan escopetas
de cazadores reales;
mas sois el campo y el lar
y la sombra tutelar
de los buenos aldeanos
que visten parda estameña,
y que cortan vuestra leña
con sus manos.


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